De su obra “autobiográfica” se desprende que Cernuda,
desde niño, fue tímido e hipersensible, con pocos amigos y con una tendencia a
la soledad contemplativa y a la meditación.
Por sus confesiones literarias en Historial de un libro, sabemos que
es en la pubertad donde su despertar a
la poesía coincide o es simultáneo con su despertar sexual, y, en concreto,
homosexual. Se fragua ahí la base del futuro poeta adulto que se siente
diferente y marginado, lo que tendrá su especial proyección, tanto en el
terreno de la creación poética como en el de sus relaciones con los demás y en
su actitud frente a la sociedad.
En las
aulas conoce a Pedro Salinas. Cernuda reconoce desde Historial: "No sabría decir cuánto debo a Salinas, a sus
indicaciones, a su estímulo primero; apenas hubiera podido yo, en cuanto poeta,
sin su ayuda, haber encontrado mi camino". Entre los dos nace una amistad
que Cernuda declara muy beneficiosa para él, pues Salinas le recomienda leer
tanto a los clásicos españoles como a los escritores franceses modernos.
En octubre de 1925, por mediación de Salinas,
conoce a Juan Ramón Jiménez. Cernuda refleja en su Historial esa experiencia
tan trascendente. Ese mismo mes viaja a Madrid y se produce su primer contacto directo con los
ambientes intelectuales y literarios madrileños. Conoce a Ortega, Bergamín,
d’Ors y Guillermo de Torre.
El año emblemático de la Generación del 27,
es también un año muy importante en la trayectoria literaria de Cernuda. La
revista Litoral, dirigida por Emilio Prados y Manuel Altolaguirre,
publica Perfil del aire. Tras la emoción de ver impreso su primer libro,
Cernuda tiene que encajar las críticas hostiles que el libro genera. Sólo unos
pocos discreparon del calificativo de anacrónico y ajeno a la modernidad que la
crítica había adjudicado a su poesía, una crítica que se cebó con él acusándole
de copiar a Jorge Guillén.
Cernuda reaccionará en sentido opuesto a las
críticas, «aquello que te censuren, cultívalo, porque eso eres tú», dice en Historial,
y escribe Égloga, Elegía y Oda, donde la huella de Garcilaso es más que evidente.
Vicente Aleixandre, Luis Cernuda y Federico García Lorca |
Al alejamiento de la natural evolución de las
letras españolas contribuye el aumento de sus lecturas de autores franceses:
Aragon, Éluard, Lautréamont, Baudelaire, Rimbaud, Gide..., van poco a poco
dejando su huella, aunque Cernuda no exteriorice todo lo que comparte con
ellos, su común rebeldía.
En
septiembre de 1928 abandona Sevilla y
pasa una corta estancia en Málaga, donde se relaciona con Altolaguirre, Prados
e Hinojosa. Después marcha a Madrid y se mueve en los ambientes
literarios. Conoce a Vicente Aleixandre.
En 1930 se reencuentra con Aleixandre y Lorca, en
medio del convulso ambiente político y social de esos años. Se acentúan en él
su amargura y resentimiento hacia el mundo que lo rodea, tal y como se percibe
en su siguiente libro, Los placeres prohibidos, y en las palabras que
envía a Gerardo Diego para su antología de 1932: «La detesto [la realidad] como
detesto todo lo que a ella pertenece: mis amigos, mi familia, mi país».
En 1936,
para festejar la aparición de La Realidad y el Deseo, los escritores le dedican
un homenaje en Madrid. Lorca, a quien le ha impresionado mucho el libro, hace
la presentación. Aparecen en la prensa artículos elogiosos de Juan Ramón
Jiménez y de Salinas.
En 1937 funda, en Valencia, junto con Rafael
Alberti, Juan Gil-Albert y otros escritores la revista Hora de España. Desde
esas páginas, Cernuda le dedica a Lorca una sentida elegía. Conoce a Octavio
Paz.
En febrero de 1938 sale de España para nunca más
regresar. Comienza, así, la segunda época de su vida, la del exilio. Lo
acompaña, hasta París, Bernabé Fernández-Canivell. Desde París pasa a
Inglaterra, animado por el poeta inglés Stanley Richardson. En
Londres, donde se encuentra a disgusto, Cernuda visita con frecuencia a Rafael
Martínez Nadal y a otros españoles.
En 1952 se traslada a México; allí vive en casa de
Concha Méndez, ya separada de
Altolaguirre. En 1955 la revista cordobesa Cántico le dedica un
homenaje e inicia sus colaboraciones en la revista malagueña Caracola.
Sigue trasladando entre México y Estados Unidos. En 1962 la revista
valenciana La Caña Gris le dedica un número-homenaje, lo que supone una
revalorización de su poesía por parte de la juventud literaria. En 1963 regresa
a México. Se halla, en uno de sus momentos más bajos, tanto física como
espiritualmente. En noviembre de ese año
fallece repentinamente.
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